ANGELES… MALCRIADOS

Angeles-Portada

Nada debería asustarnos. Durante brevísimos 25 años de nefasto proceder moral, las 17 zafras de mi vecino Tito y su gesta internacionalista en Angola, sucumbieron ante el poder VIP de Yordanis. Su esposa Marta, bien que lo recuerdo, palidecía de vergüenza en la cola de la placita del Barrio, cuando las cadenas de oro de Yordanis se paraban delante del bodeguero y este le despachaba a la futura estrella de la música primero que a Marta. Sí, todo se ha vuelto muy normal. Nos hemos acostumbrado.

Yordanis es un nombre de esta generación, y puede ser cualquier artista de mala o malísima muerte, con más punch que uno, como Tito, que perdió una pierna y un huevo en Cangamba. Yordanis puede ser un creador de melodías gracias a un programa informático, integrante de cualquier banda, y creer que merece no solo que las féminas de su comarca, diez cuadras a la redonda suspiren y chiflen por él, sino también creer que puede merecerse más que eso. Incluso, entorpecer un evento de premiación. O más, saber más de estética que el mismísimo Fernando Rojas

Disculpen el inicio. Mi texto va en este último sentido. Voy a hablar de estética (de la vida y no), de los Premios Lucas y de la mala educación.

No nos alarmemos, pues, luego de haber presenciado a estos “chiquillos culicagaos” de Ángeles formar lo suyo durante la última gala de los Premios Lucas. Probablemente incluso, hasta hayan creído que se merecían dos premios más de los que estaban en disputa. Puede que hayan pagado por eso tal y como lo hacen en la radio. Puede que simplemente hayan valorado como muy posible la posibilidad de haber resultado los grandes triunfadores de la noche, en parte, con sumados y endebles argumentos, y consumidos dos litros de bebida. Incluso, perdonémosles. Los Lucas han tenido tantos vaivenes en su larga travesía, Rudy Mora se ha puesto colorado quince veces, y a Cruzata se le han cruzado los cables otras tantas veces que, en el cachumbambé de jurados que han tenido en sus manos la maza de la justicia se ha premiado de todo: incluso, hasta la antiéstética. De eso, no podemos culpar a los Ángeles.

Ni uno de ellos, “me la juego” es capaz de discernir entre calidad y melcocha popular.  Dudo, que uno de ellos, haya visto 10 minutos de “La Vida es Silbar”. Suite Habana, si la vieran, los noquearía en el minuto cuarto. Marta Valdés escribía onirismos de Ron Coronilla ya pasados de moda, sin gancho, mientras Haydeé es hija de papá. No nos alarmemos. El mundillo artístico cubano se ha vuelto tan perniciosamente juglaresco, mercantil y de mercachifles, que el talento musical se mide por cuánto cover vendiste en la puerta del Capri, cuantas chiquillas se desgalillaron a la salida de la Casa de la Música gritando tu nombre, o con cuantas formaste cumbancha en tu cama King durante todo el fin de semana. Los Ángeles, ese grupito de chiquillos culicagaos que se creen VIP, tan famosos como Justin Timberlake, y tan bonitos como un protagonista de One Tree Hill y andan por la vida sin One Direction, no son más, o no han visto más, que lo mismo que semanas atrás propugnara en las páginas de Oncuba como sinónimo de virtuosismo y triunfo, otro sanaco de alcantarilla como el Baby Lores (aunque más refinado)

A fin de cuentas, los Ángeles, probablemente no hayan tenido como yo, una abuela que le diera un buen par de manoplazos, si cuando niño osaba interrumpir una velada cultural; o tampoco tuvieron una buena madre, que le dijera, “antes de entrar al cine, entra al baño para que no interrumpas a los demás cuando esto empiece”

Quizás, quién lo sabe, respalden a rajatabla el modus comportandi de Osmany Garcia, y crean firmemente que ese es el camino a la posteridad y la gloria. Sí, ya la gloria no está en el cielo, si no en los bolsillos de cada cual.

No nos alarmemos. Pararse, protestar, decir “¿pero y esa p….?” al escuchar el premio dado a Fernando Pérez, será, cortémonos una mano, una milésima parte de lo que escucharemos decir de la boca de otros “Ángeles”, en la gala de premiación de los Premios Lucas 2030.

Alexei Samper

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